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Mostrando entradas de junio, 2022

Prometeo, Franz Kafka

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                 Ilustración: Prometheus (or Tityus) , Vincenzo Camuccini,  entre 1771 y 1844. D e Prometeo nos cuentan cuatro leyendas. Según la primera, lo amarraron al Cáucaso por haber dado a conocer a los hombres los secretos divinos, y los dioses enviaron numerosas águilas a devorar su hígado, en continua renovación.  De acuerdo con la segunda, Prometeo, deshecho por el dolor que le producían los picos desgarradores, se fue empotrando en la roca hasta llegar a fundirse con ella. Conforme a la tercera, su traición pasó al olvido con el correr de los siglos. Los dioses lo olvidaron, las águilas lo olvidaron, él mismo se olvidó.  Con arreglo a la cuarta, todos se aburrieron de esa historia absurda. Se aburrieron los dioses, se aburrieron las águilas y la herida se cerró de tedio.  Solo Permaneció el inexplicable peñasco.  La leyenda pretende descifrar lo indescifrable.  Como surgida de una verdad, tiene que remontarse a lo indescifrable.  La muralla china (colección póstuma), 1931.

El almohadón de plumas, Horacio Quiroga

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                    S u luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho; sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando, volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer. Durante tres meses –se habían casado en abril– vivieron una dicha especial.      Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.     La casa en que vivían influía no poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso –frisos, columnas y estatuas de mármol– producía una otoñal impresión de palacio encantando. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar

La gallina degollada, Horacio Quiroga

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         T odo el día, sentados en el patio, en un banco estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos, y volvían la cabeza con toda la boca abierta.         El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco al declinar, los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio; poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.       Otras veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras imitando al tranvía eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces alrededor del patio, mordiéndose la lengua y mugiendo.       Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de

A la izquierda del roble, Mario Benedetti

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  No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes pero el Jardín Botánico es un parque dormido en el que uno puede sentirse árbol o prójimo siempre y cuando se cumpla un requisito previo. Que la ciudad exista tranquilamente lejos.   El secreto es apoyarse digamos en un tronco y oír a través del aire que admite ruidos muertos cómo en Millán y Reyes galopan los tranvías.   No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes pero el Jardín Botánico siempre ha tenido una agradable propensión a los sueños a que los insectos suban por las piernas y la melancolía baje por los brazos hasta que uno cierra los puños y la atrapa.   Después de todo el secreto es mirar hacia arriba y ver cómo las nubes se disputan las copas y ver cómo los nidos se disputan los pájaros.   No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes ah pero las parejas que huyen al Botánico ya desciendan de un taxi o bajen de una nube hablan por lo común de temas importantes y se miran fanáticamente a los ojos como si el amor fuera un brevísimo

Cuando éramos niños, Mario Benedetti

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Cuando éramos niños, los viejos tenían como treinta. Un charco era un océano, la muerte lisa y llana no existía. Luego cuando muchachos, los viejos eran gente de cuarenta. Un estanque era un océano, la muerte solamente una palabra.   Ya cuando nos casamos, los ancianos estaban en los cincuenta. Un lago era un océano, la muerte era la muerte de los otros.   Ahora veteranos, ya le dimos alcance a la verdad. El océano es por fin el océano, pero la muerte empieza a ser la nuestra.

La poesía y los imbéciles, Aldo Pellegrini

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La poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes. No es una puerta cerrada con llave o con cerrojo, pero su estructura es tal que, por más esfuerzos que hagan los imbéciles, no pueden abrirla, mientras cede a la sola presencia de los inocentes. Nada hay más opuesto a la imbecilidad que la inocencia. La característica del imbécil es su aspiración sistemática de cierto orden de poder. El inocente, en cambio, se niega a ejercer el poder porque los tiene todos. Por supuesto, es el pueblo el poseedor potencial de la suprema actitud poética: la inocencia. Y en el pueblo, aquellos que sienten la coerción del poder como un dolor. El inocente, conscientemente o no, se mueve en un mundo de valores (el amor, en primer término), el imbécil se mueve en un mundo en el cual el único valor está dado por el ejercicio del poder. Los imbéciles buscan el poder en cualquier forma de autoridad: el dinero en primer término, y toda la estructur

Poema 48, Gonzalo Millán

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El río invierte el curso de su corriente. El agua de las cascadas sube. La gente empieza a caminar retrocediendo. Los caballos caminan hacia atrás. Los militares deshacen lo desfilado. Las balas salen de las carnes. Las balas entran en los cañones. Los oficiales enfundan sus pistolas. La corriente se devuelve por los cables. La corriente penetra por los enchufes. Los torturados dejan de agitarse. Los torturados cierran sus bocas. Los campos de concentración se vacían. Aparecen los desaparecidos. Los muertos salen de sus tumbas. Los aviones vuelan hacia atrás. Los “rockets” suben hacia los aviones. Allende dispara. Las llamas se apagan. Se saca el casco. La Moneda se reconstituye íntegra. Su cráneo se recompone. Sale a un balcón. Allende retrocede hasta Tomás Moro. Los detenidos salen de espalda de los estadios. 11 de Septiembre. Regresan aviones con refugiados. Chile es un país democrático. Las fuerzas armadas respetan la constitu

80 veces nadie, Gonzalo Rojas

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¿Y? Rotación y traslación, ¿nos vemos el XXI? ¿Nos vamos o nos quedamos? Van 80 y qué. De nariz van 80, de aire, de mujeres velocísimas que amé, olí, palpé, de mariposas maravillosas del Cáucaso irreal adonde no se llega tan fácilmente porque no hay Cáucaso irreal, de eso y nada van 80, de olfato de niñez corriendo Lebu abajo, los pies sangrientos rajados por el roquerío y el piedrerío, de eso, del carbón pariente del diamante, de las gaviotas libérrimas van 80, del zumbido ronco del mar, de la diafanidad del mar.   Habrá viejos y viejos, unos vueltos hacia la decrepitud y otros hacia la lozanía, yo estoy por la lozanía, el cero uterino es cosa de los mayas, no hay cero ni huevo cósmico, lo que hay en este caso y que se me entienda de una vez, es un ocho carnal y mortal con mis orejas de niño para oír el Mundo, un ocho intacto y pitagórico, mis hermanos paridos por mi madre fueron ocho, los pétalos del loto, la rosa de los vie