Juguete Sangriento, en honor a Elías Baptista


    Elías Baptista fue uno de los primeros en arribar al Taller de Narrativa Antonia Palacios en la Universidad de Carabobo. Yo llegué un poco después y enseguida entablamos una honesta amistad. Era de alma un tanto ermitaña, como la mía, y además compartíamos algunos gustos e ideas. Le gustaban las sagas, como las de Tolkien o Rowling, entre tantas otras menos sonadas, la literatura medieval y fantástica, aunque también leía realismo e incluso ensayos. Leía de todo, la verdad, y en demasía.

Elías no era para nada ambicioso en cuanto a sus intenciones como escritor. Una vez le pregunté por qué estudiaba Educación mención Literatura en la UC y me respondió que su deseo más grande era que la gente en general se interesara en la literatura. Era noble y gentil.

Recuerdo las ferias del libro, como la FILUC. Al menos por tres años iba con él y Danibia; ellos -sobre todo Elías- gastaban hasta el último centavo en libros: eso les daba un brillo especial a sus ojos. Yo no compraba tantos libros en la feria; habilmente sabía que esos dos bonachones siempre me regalarían unos cuantos y su afán y emoción era tal que parecía que me estuviesen dando una casa.

Elías Baptista luchó contra el cáncer linfático como un héroe de literatura fantástica hasta el 25 de febrero del año 2018. Días después de la cirugía no soportó el transplante de médula. 

Los del taller te recordamos con los cachetes inflados y la barba larga y desaliñada, con una de tus tantas boinas encima y esos redondos y negros ojos que nada pretendían. 

Este blog lleva tu espíritu. Tal vez logremos convertir a unos cuantos en amantes de la literatura. 

Querido amigo, me hubiese gustado sostenerte el parlante un poco más. 

Su sangre discurría por el alfeizar de la ventana. Nadie le dará importancia a su muerte.

Él sabía que no debía hacer esa visita, no confiaba enteramente en ella. En sus encuentros ocasionales siempre le insinuaba lo que ahora sabía.

Miró cómo su asesina se limpiaba las manos con la lengua. Ella estaba muy feliz por su crimen. De pronto se levantó y con un sensual andar se le acercó y le dijo cosas obscenas al oído y tan rápido como un rayo empezó a atacarlo de nuevo.

Él no podía resistirse, estaba agotado, ya había luchado durante horas contra ella pero de nada sirvió. Lo empezó a morder, lo pateaba, laceraba su piel… Luego de un rato ella se aburrió y se sentó a su lado solo para verlo desvanecerse. El dolor era tal que comenzó a convulsionar, espumarajos de sangre le ahogaban, el calor de los golpes se sentían como si mil fierros al rojo vivo le quemaran la carne, su sangre lo abandonaba y eso le dio mucho frío… Poco antes de que se desvaneciera, la asesina le rompió el cuello, pues se fastidió de verlo retorcerse. "La primera fase está hecha",  pensó ella.  "Ahora a lo que de verdad importa"... En ese instante abrieron la puerta y entro una mujer que al ver todo el reguero carmesí en la ventana y el piso, gritó:

¡Ay Dios, no puede ser. Otra vez no…! corrió a ver a la víctima en el suelo y, tras luchar con la asesina, recogió el cuerpo con la esperanza de que estuviese todavía con vida, pero ya era muy tarde. Se volvió hacia la malhechora y le reprochó: Akasha mala, ¿cuántas veces te he dicho que no se debe matar en la casa?

La asesina vio todo el desorden a su alrededor y con una invisible sonrisa solo le contestó:

MIIIAAU.

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