En nombre del arte, Danibia Guadalupe Abreu

Venezolana, Licenciada en Educación mención Preescolar; tiene una maestría en Lectura y Escritura y también un hijo que ama con locura. Es una lectora voraz y se las presento a todos como mi compañera cósmica. Hacia el año 2010 llegó al taller de narrativa de la Universidad de Carabobo, coordinado por el profesor Hector Espinoza, a quien todos los participantes (incluyéndome) estimamos con letra firme; allí se sintió en casa y estuvo hasta 2016. Ahora Danibia pasa sus días entre escribir cuentos, novelas, libros de texto, dar clases en la Universidad de Carabobo y trabajar con niños. Ha publicado algunos libros de narrativa y educativos. Su propósito es que a los niños les guste leer. Por eso los inicia en la lectura de cuentos, los acompaña en la escritura en sus talleres de escritura creativa y tiene la satisfacción de ver cómo poco a poco se interesan en leer de forma voluntaria algún cuento de los que hay en su vasta biblioteca.


        Nada escapaba a su mirada interesada. Todo cuanto le rodeaba por insignificante que pareciera era factible de convertirse en algo inspirador. Observar, era sin duda,  una de sus ocupaciones favoritas, pasearse entre las sombras, mirar más allá de lo visible, soñar.

Su voz ronca y risa estruendosa contrastaban con sus  maneras delicadas y su bigote cuidadosamente pintado de negro, igual que su cabello. Era conocido por todos como  “El profesor” debido a su ocupación.

Las tardes de los domingos, ahogaba el calor en alcohol. Frente al lienzo iniciaba una danza sincronizada con sus pensamientos para convertir la tela  en retazos de vida. Poco a poco el pincel inquieto daba cuerpo a una mujer voluptuosa y desnuda, o a la cara de su compañero de casa, a menudo, su principal modelo. Compartía la pasión por el pincel con la cocina. Muchos diciembres, ilusionado con reunir a la familia, se pasaba los días cocinando para nadie.

 En su juventud, le había tocado levantar a doce hermanos para ayudar a  su madre, bastante para uno solo. Cuando todos se fueron a construir sus vidas  la gran casa siempre alegre y ruidosa comenzó a quedarle  grande al profesor, por eso una buena mañana con la premura que da la soledad,  se mudó  a una vivienda más pequeña de solo  cuatro cuartos y un jardín interno que se convirtió en galería de todo lo que pintaba. En esa estancia con  piso  de cemento rojo recibía a cuantos quisieran pasar la tarde tomando café y hablando de arte. Allí se mezclaba el olor del bahareque con el de las guayabas maduras. La trementina, los óleos y  el yeso de las esculturas, creaban un remolino de fragancias que iban de lo dulce a lo volátil.

Pintar era su vida. Caminos inciertos bordeados por la dulce sombra de los árboles guardados en su memoria de coleccionista, sueños robados que se volvían corpóreos, se transformaban a su antojo, se dejaban hacer aunque a veces solo sirvieran para ahogar la pena.

Algunas noches calurosas cantaba y gracias a la tacita de anís que nunca estaba vacía horrorizaba a su madre, que ya no tenía edad para reprenderlo mientras se paseaba  contoneando las caderas y sostenía en su cabeza una corona imaginaria.   No le importaba su madre, que venía por temporadas, prefería unirse a las risas de su inquilino a quién le lanzaba besos.

Poco a poco la casa se llenó de jóvenes deseosos de aprender y  escuchar sus historias. Los días se deslizaban entre  colores y  sombras. Casi siempre estaba cansado. Se hacía  viejo, pero le gustaba  ser  el maestro de los noveles artistas y los toleraba en nombre del arte y la pintura.

Los cuartos se volvieron una feria de espuma, sudor y ropa sucia. La nevera, siempre llena de bocetos de grafito, los jóvenes artistas condensando el humo de sus cigarrillos en el patio interno, algunos descalzos, otros con el brillo del hambre en sus ojos y él cada vez más convencido de que su vida era una pintura en sepia.

Cada día más arruinado vendía sus cuadros de puerta en puerta y su fortuna del momento se convertía en una botella. Comía poco, pero siempre había que ofrecerle a quién viniera a visitarlo.

Todos miraban pero ninguno veía como se iba desdibujando… era humo, huesos. Estropeado su cuerpo, su carne, su aliento, intacto su amor a la vida, a la gente que poco le agradecía, al oficio que nada le pagaba.

Una tarde azarosa de calores y vapores lo hallaron en su cama, inmóvil, casi transparente, lanzando burbujas por la boca  y cuando asustados trataron de impedir que  se desintegrara, miraron atónitos  como su cuerpo se unía al espacio y flotaba  entre nieblas blancas y rojas.


Texto tomado de su blog: PALABRA INFINITA

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