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Mostrando entradas de mayo, 2022

Fracaso, Rafael Cadenas

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Cuanto he tomado por victoria es sólo humo.   Fracaso, lenguaje del fondo, pista de otro espacio más exigente, difícil de entreleer es tu letra.   Cuando ponías tu marca en mi frente, jamás pensé en el mensaje que traías, más precioso que todos los triunfos. Tu llameante rostro me ha perseguido y yo no supe que era para salvarme. Por mi bien me has relegado a los rincones, me negaste fáciles éxitos, me has quitado salidas. Era a mí a quien querías defender no otorgándome brillo. De puro amor por mí has manejado el vacío que tantas noches me ha hecho hablar afiebrado a una ausente. Por protegerme cediste el paso a otros, has hecho que una mujer prefiera a alguien más resuelto, me desplazaste de oficios suicidas.   Tú siempre has venido al quite.   Sí, tu cuerpo llagado, escupido, odioso, me ha recibido en mi más pura forma para entregarme a la nitidez del desierto. Por locura te maldije, te he maltratado, blasfemé contra ti.   Tú no existes. Has sido inventado por la delirante soberbia.

La nada, Leonid Andreiev

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                    Se estaba muriendo un alto dignatario, viejo, importante; un gran señor que tenía mucho apego a la vida. Era para él muy penoso morir; no creía en Dios ni comprendía por qué moría y lo dominaba el terror. Era horrible ver cómo sufría. Su vida era grande, rica y llena de interés; su corazón y su cerebro estaban siempre preocupados y satisfechos. Pero estaban cansados, agotados, casi como todo su cuerpo por otra parte, que se iba enfriando poco a poco. Sus ojos y sus oídos, acostumbrados a ver y oír siempre lo bello, estaban igualmente cansados, y la alegría misma pesaba demasiado sobre su pobre corazón, harto trabajado. Cuando todavía no se estaba muriendo pensaba en la muerte; algunas veces con cierto placer. Se decía que le daría el reposo, que le libraría de todos aquellos abrazos, muestras de estimación y relaciones que tanto le fastidiaban. Sí, lo pensaba con placer; pero ahora, estando a punto de morir, sentía que un horror indescriptible penetraba en su alma

Los dos reyes y los dos laberintos, Jorge Luis Borges

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          Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó construir un laberinto tan complejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan

No es que muera de amor, Jaime Sabines

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  No es que muera de amor, muero de ti. Muero de ti, amor, de amor de ti, de urgencia mía de mi piel de ti, de mi alma, de ti y de mi boca y del insoportable que yo soy sin ti.   Muero de ti y de mi, muero de ambos, de nosotros, de ese, desgarrado, partido, me muero, te muero, lo morimos.   Morimos en mi cuarto en que estoy solo, en mi cama en que faltas, en la calle donde mi brazo va vacío, en el cine y los parques, los tranvías, los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza y mi mano tu mano y todo yo te sé como yo mismo.   Morimos en el sitio que le he prestado al aire para que estés fuera de mí, y en el lugar en que el aire se acaba cuando te echo mi piel encima y nos conocemos en nosotros, separados del mundo, dichosa, penetrada, y cierto, interminable.   Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos entre los dos, ahora, separados, del uno al otro, diariamente, cayéndonos en múltiples estatuas, en gestos que no vem

Piedra de sol, Octavio Paz

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     De entrada, Octavio Paz nos cita un epígrafe como el de Gérard de Nerval  — más o menos se traduce así:  vuelve el decimotercero… sigue siendo el primero; y siempre es el único, o es el único momento; ¿Eres reina, oh tú, la primera o la última? ¿Eres rey, eres el único o el último amante? —  y lo mantiene o realza en todo momento. Tal es el reto de los epígrafes: su uso exige que la creación (propia) no esté por debajo de la cita o de lo contrario sería un fracaso (las llamadas copias baratas). Sumado al honor que Octavio Paz le hace a la cita, que en un poema de aliento tan largo no estorbe una sola palabra es signo de proeza. No es para menos que esta obra sea considerada por muchos como la bandera del poeta mexicano. Al releerlo disfruto de un himno, de un poema entre poemas, de una vida en circulo, del sol bien escrito, del calendario azteca, del transcurrir de los días que es más bien un día eterno, una piedra revestida desde los pies hasta la cabeza  ad infinitum por la luz.